¿Qué estás haciendo aquí?
Yo tampoco sé. Tal vez sólo llegaste. Tal vez solo llegaste.
De repente, despiertas sin poder ubicar del todo bien los puntos cardinales. Y amaneces con el deseo de mudarte a otro cuerpo, uno que no sienta tanto frío, uno que no encuentre tan pesado el vacío. Un cuerpo donde no seas -entre otras cosas- también lo que no quieres; amaneces con el deseo latente de aprender a querer así, como se debe.
Y vas con prisa por el camino, evitando coordenadas que alguna vez fueron epicentro, incluido tu propio cuerpo; con la osadía de volver a caminar sobre los pasos que ya diste, devolviéndole la sonrisa únicamente a aquellos que te han visto feliz.
Enciendes un cigarro con el anhelo de que ese mínimo incendio baste para quemar todo lo que traes en el pecho y que los recuerdos se caigan deshechos en el cenicero. Escuchando susurros impetuosos y gritos ahogados, bebiendo en un café una nostalgia que ya duró mucho tiempo.
Yo tampoco sé qué estás haciendo aquí. Tal vez sólo llegaste. Tal vez solo llegaste. Y aquí estás, decidiendo si te quedas o si ya te vas.