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Arendy Ávalos

Tu ausencia y yo

Tu ausencia


Se me pegó al cuerpo como una sombra que no entiende de treguas. Es ambulante, vagabunda. Dependiendo de la hora, se aloja en diferentes partes. Al despertar, por ejemplo, me da los buenos días con un golpe sordo en el pecho; me deja sin aliento por unos cuantos segundos que me parecen eternos y, después, se queda dormida de nuevo. Me visita en la regadera para recorrer mis huesos con un invierno digno de enero.


A media mañana decide tender un campamento en mi estómago y hacer uso de todo el espacio, me quita el apetito. Lo mismo sucede cada vez que estoy dispuesta a ingerir cualquier tipo de alimento. Al principio pensé que cedería con comidas que le encantarían a cualquiera (especialmente a ti) pero ni eso deja pasar, así que paré de intentar.


Durante el día sale a caminar conmigo por los mismos lugares que tú y yo caminamos una y otra vez. La compañía es abismalmente distinta. Ella me toca el hombro insistentemente con el dedo índice y me pregunta ¿te acuerdas cuando…? Cínica. Cree que no estoy enterada del contrato que firmó con mi memoria para que nuestros momentos juntos se me cuelen todos los días, sin falta, a la menor provocación. Claro que me acuerdo.


A ratos, se aloja en mis oídos; es un zumbido constante que enumera nuestros planes, los que cumplimos y los que ya no podremos hacer.


De donde no se va nunca es de mis ojos. Cuando el cielo se oscurece, cubre mis pupilas de luz y me quita el sueño. Para entretenerse, sale a pintar mis ojeras con su paleta de acuarelas completa; sus tonos favoritos son los que van del azul al verde. En eso se parece a mí. Durante todos estos meses ha fabricado una cortina de lágrimas a la que, orgullosa, llama mirada de lluvia. Ya se sabe poesía (la muy cabrona).



Yo

Hace unos meses no me reconocía. Compré chochitos de árnica para hacerle creer a mis músculos que esa tensión era culpa del estrés y ya. Todo estará bien era mi mantra. Me volví experta en ejercicios de respiración para controlar las lágrimas que me escurrían por las mejillas. ¿Por qué te aguantas las ganas de llorar? me preguntaron una vez y la voz no me dio para responder que era por temor a no poder detenerme nunca. Sentía que el río de emociones se me desbordaba. A esa etapa la llamo —con cariño— El Drama.


Tu recuerdo es una pared recién pintada a la que nadie puede acercarse. Ni siquiera yo. Cada que lo intento termino manchada de tinta indeleble y sentimientos distintos, aleatorios, en diferentes cantidades. Enojo. Tristeza. Amor. Duda. Una ruleta rusa.


Supe desde la primera vez que no volvería ilesa de ti. La segunda vez, supe que no volvería ilesa de nosotros. Los últimos días he aprendido muchas cosas. Aprendí a caminar con esta herida abierta que, aunque es un dolor punzante, no logra desplomarme. Aprendí a manejar con mi mirada de lluvia. Aprendí a dormir sola de nuevo. Dejé de aferrarme a la sensación de tu mano rodeando la mía para poder cruzar las calles. Ya no hago muecas cuando escucho que alguien pronuncia tu nombre, me volví una gran actriz.


He aprendido a lidiar con la sensación de vacío y, con el paso del tiempo, el acantilado de mi pecho se ha vuelto más pequeño. Tal vez un día sea lo suficientemente seguro como para poder lanzarme al mar otra vez.



Nosotras


Hemos hecho las paces. Agradecemos cada uno de los pasos que nos juntaron y aprenderemos de los otros tantos que quieran alejarnos. Ella sabe que puede irse en cualquier momento y yo sé que dejarla ir implicará quitar los letreros de clausurado, abrir puertas y ventanas para que entre el sol de nuevo.


Decidimos cambiar tu recuerdo —y todo el amor que te tenemos— de casa. Ahora estás en un lugar en el que no dueles (tanto).




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