Hombres elegantes
Hace casi un par de años, agendé una cita con un hombre del que solo sabía unos cuantos datos: su primer nombre, la universidad en la que había estudiado y que tenía una ortografía impecable. Eso bastó. Quedamos de vernos una tarde de domingo en Coyoacán. Lejos del cliché, este sitio parecía ideal por ser el punto medio entre su lado de la ciudad y el mío.
Lo que no nos pasó por la mente fue que nuestra primera cita estaba destinada a ser constantemente interrumpida por las personas que te piden un segundo para hablar de loquesea y terminan por quedarse diez minutos para recibir un "no, gracias" como respuesta.
Primero llegó un señor mayor a preguntarnos si queríamos jugar con cadenas. Nos negamos, por supuesto. Luego se nos acercó un hombre que buscaba generar conciencia respecto al VIH y lo escuchamos con atención. Nos regaló un condón que terminó en el fondo de mi bolsa. Antes de que decidiéramos irnos de ahí, una mujer caracterizada de payasita nos extendió una pluma y un pedazo de papel. Nos pidió que escribiéramos un mensaje para que alguna persona desconocida lo leyera.
No tengo idea de qué frase elegí para la pobre alma que recibió el mío. Él, después de pensarlo unos segundos, escribió: También esto pasará. Cuando le pregunté por qué, comenzó a hablarme sobre la reseña que Javier Cercas había escrito sobre un libro de Milena Busquets.
Me contó que, como en todo, hay diferentes versiones sobre el origen de esa frase, pero que —a grandes rasgos— el objetivo era que pudiera usarse para momentos tan maravillosos como terribles, y que Milena la había elegido como pilar para la novela donde abordó el duelo por la muerte de su madre. Anoté esa información en mi mente con el afán de no olvidar un solo detalle.
Luego de un arrebatado beso que derivó en muchos otros, una comida hablando sobre algunas piezas de nuestra vida y un breve aguacero, decidimos irnos a un lugar sin interrupciones. Manejé hasta su casa y caímos en un apacible cliché. Una vez que mi respiración volvió a la normalidad, me despegué de la tibieza de las sábanas para hurgar en su biblioteca, acomodada justo debajo de la ventana en la que escurrían las últimas gotas de lluvia.
Tomé También esto pasará y me acosté en, lo que después me enteré, era su lado de la cama. Él decidió tomar entre sus dedos Hombres elegantes y otros artículos, una recopilación de los textos que Milena publicó durante tres años en El Periódico. "¿Te acuerdas que te conté del texto que escribió sobre Bob Dylan?", me preguntó.
Le pedí que lo leyera y él se aclaró la garganta inmediatamente. Si cierro los ojos todavía puedo escucharlo leer El número cero, un texto sobre quienes queremos ser «la otra historia». Antes de terminar la última palabra, comenzó a deslizar su pulgar por las páginas siguientes y se detuvo en Las botellas vacías, la columna en la que Milena afirma que "no siempre dejar las cosas a medias significa dejarlas inacabadas".
Esos dos textos en su voz fueron suficientes para que quisiera devorar el libro. Incluso pensé en pedírselo prestado, pero [tras una tarde llena de afirmaciones] lo último que quería era que me negara algo. Además, no sabía si volvería a verlo. "Mejor lo compro mañana", pensé. Me despedí del hombre en cuestión con los ojos cerrados y me fui.
Busqué Hombres elegantes en todas las librerías que quedaban cerca de mí y en todas estaba agotado. La respuesta de las personas que me atendían era que podía encontrarlo en formato electrónico y yo sólo alcanzaba a lanzarles una media sonrisa porque "así no lo quiero, gracias" podía sonar a berrinche. Pasaron algunas semanas y me rendí... No sin antes buscarlo en PDF, nada más por no dejar. Tampoco estaba.
Hace poco menos de un mes, fui a comprar Gema, la nueva novela de Milena. Como por costumbre, pregunté una vez más si tenían el libro y la respuesta me sorprendió. "Tenemos dos disponibles, pero debes ordenarlo por internet". Salí corriendo de la forma más discreta que pude. Llegué a casa, llené todos los campos con mis datos y por dos días actualicé la página de entregas casi cada hora hasta que, por fin, lo tuve en mis manos. Lo desenvolví con una delicadeza exagerada y comencé a leerlo para encontrarme una serie de tesoros inesperados cada ciertas líneas.
Me gusta pensar que Milena estaría orgullosa de esta historia y que se emocionaría contándola tanto como la vez que atestiguó a dos desconocidos besarse en las calles de Madrid. La reseña del contenido la dejaré para después [espero], pero me tomé la libertad de publicar este texto como una forma más de cerrarle la puerta en la cara al olvido y tomarme una copa con la memoria que, aunque a veces falla, no me abandona.
P.D. Si usted desea comprar el libro, le recomiendo hacerlo en este momento. Ya solo queda uno disponible.
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