Donde dueles
Me dueles en los huesos que se han proclamado rotos
si no son tus brazos quienes los mantienen fijos en su sitio.
Me dueles en la cabeza que todos los días
me ruega someterse a cualquier tratamiento
con tal de que ya no aparezcas cada noche en mis sueños.
Me dueles en la garganta, donde se mudó
permanentemente el nudo que detenía mis lágrimas.
Me dueles en los pulmones cuando se me cuela
el aire de la carretera a Tepoztlán, pero el olor a verde
ya no está combinado con tu perfume de domingo.
Me dueles en los ojos que yo no sé hasta cuándo
planean quedarse secos después de tanto llorarnos.
Me dueles en los tímpanos cuando escucho las melodías
que solíamos presenciar, en la sala Neza, maravillados
o las que solíamos bailar en tu cuarto, descalzos.
Me dueles en el cuello, donde ya no se ahoga tu risa,
porque ya no finges ser un monstruo
para provocarme cosquillas.
Me dueles en la lengua y el paladar. Ambos siguen buscando
—con ímpetu y necedad— el sabor de tus besos
en cuerpos donde, evidentemente, no estás.
Me dueles en los labios. Están negados a asimilar
que "amor" ya no es tu primer nombre y que
nuestras despedidas ya no los tienen como protagonistas.
Me dueles en la piel que no deja de extrañar
la sensación de tus dedos recorriéndola
como quien emprende un viaje por primera vez.
Me dueles en los pies. Ya se arrancaron la esperanza de encontrar
algún rastro en el mapa para poder navegar de regreso a tu puerto.
Me dueles en el corazón que se ha cansado
de latir si no eres tú quien palpita dentro.