Feliz cumpleaños
Siempre me han gustado las flores, especialmente cuando son para mí. Hubo una época en la que recibía ramos a la menor provocación y me volví experta en desenvolver la liga de los tallos, desenrollar las flores y el follaje del celofán —como quien sabe que trae vida entre las manos—, y recortar su altura poco a poco hasta que el jardín cupiera en un florero.
Incluso, hubo días en las que los floreros no alcanzaban y tenía que usar vasos o cualquier otro contenedor que se adaptara a las necesidades de los colores que me habían entregado. Después de mucho tiempo, después de que mis brazos fueron arrasados por una sequía, recibí flores en mi cumpleaños.
Llegaron de sorpresa (la mejor forma de recibirlas, sino es que la única). Seguí el mismo proceso cuidadoso y, como parte del ritual, cuando se estaban apagando, tomé una flor de cada ramo y la guardé entre las páginas de un libro para que terminara de secarse y yo, egoísta, pudiera quedarme con ella para siempre.
Casi dos meses después, llegó un ramo más junto con el calor de uno de los amores más grandes que me ha dado la vida. "Feliz cumpleaños atrasado", me dijo con una voz aguda. Jamás me habían regalado esas flores. Son como una mezcla entre una rosa y un tulipán. No sé cómo se llaman, pero su belleza me conmovió tanto que, mientras las acomodaba en el florero, no pude evitar contener las lágrimas.
Las horas acumuladas y los aprendizajes obtenidos entre el verde y las espinas me cayeron de golpe y traté de concentrarme en mantener la forma original del ramo, pero tuve que detenerme para asimilar los latidos de mi corazón. Tal vez todo fue por la adrenalina de pensar que seguía celebrando mi cumpleaños o la emoción de saber que, una vez lograda la tarea, me esperaba una carta escrita por las mismas manos que me han dedicado letras por casi diez años.
Al día siguiente me di cuenta de que también estaba celebrando un cumpleaños por adelantado. Hoy este espacio cumple cinco años y probablemente esa también sea una de las razones por las que traigo el corazón más expuesto que de costumbre. Como todo lo que escribo, este texto es únicamente para dejar constancia de mis lágrimas casi siempre incontenibles, de lo mucho que me gusta recibir flores y tal vez también un resumen de todo lo que he escrito durante un lustro.
Perdida en las Letras, ha sido un proyecto lleno de mí, de mis (des)amores. Y jamás dejará de sorprenderme ni de llenarme el corazón que pueda encontrarse entre las líneas que me dan vueltas en la cabeza casi todo el tiempo; las mismas que me esfuerzo por desenredar, dejar fluir para poner en papel y que, eventualmente, terminen aquí.
El cumpleaños del blog es tan mío como suyo, por eso le estaré infinitamente agradecida. Las palabras me resultan imprecisas para poder abarcar lo mucho que significa que me lea, aunque a veces se me olvide escribir. Lo único que puedo asegurarle es que me apapacha el alma saber que, allá afuera, hay quienes se refieren a mí como su "escritora favorita" y, aunque probablemente es el amor —ciego, ¿cómo más?— el que habla, la mujer que teclea esto con el mar en los ojos no puede evitar sentirse dichosa.
¡Gracias tremendas!
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