La lluvia siempre que nos vemos
Por supuesto
que hay un montón de cosas
que no te he dicho todavía.
Qué esperabas.
Karmelo C. Iribarren
¿Crees que nos volveremos memorables o seremos —nada más— una canción feliz? No es que la segunda opción me parezca algo menor, pero hay una serie de inquietudes de las que no logro desprenderme, como si se tratara de una gota que jamás termina de caer.
¿Seremos un capricho más del petricor? Porque parece que compartimos la misma necesidad irrefrenable de escondernos bajo las nubes y atender las advertencias de los relámpagos que nos gritan en el oído, como el par de petirrojos que llegaron contigo en un sueño mío.
¿Seremos tú y yo los culpables de que el mundo se deshidrate? Tal vez esta sequía incontrolable se deba a que no hemos atendido las premoniciones del cielo. Nos convertimos en una negativa constante, en un sí improvisado que solo puede provocar ligeras lloviznas y se convierte en algo parecido a lo irremediable, como el desasosiego de ocupar la silla vacía que aparece en tus fotografías.
¿Podremos acercarnos únicamente en temporada de lluvias? Aunque hemos aprendido bien a encontrarnos de la misma forma en que el gris envuelve al azul, los días entre junio y noviembre me resultan insuficientes, como ofrecer un charco de agua a dos náufragos que agonizan de sed.
¿Y si hacemos las paces con los días agrietados? Si tuviera la certeza de que vas a responder lo que quiero escuchar, te propondría —sin pensarlo más de un segundo— que nos [re]conozcamos sin importar las estaciones, que nos reconciliemos con el 20 de mayo y el 5 de julio; como huracanes guiándose por meras intuiciones.
¿Qué prefieres? ¿Ser garúa o ser tormenta? Voy a confesarte algo: escondí algunos futuros posibles entre los pliegues de tus manos. Puedes dejar que se escurran entre tus dedos, apretar los puños, quedarte con ninguno o comprobar si alguno encaja en tu lado izquierdo; como quien hace del sol un lago para sumergirse de tanto en tanto.
¿Con qué palabra podrías definir esto? Te ofrezco inclemente, como la ansiedad con la que tus labios invadieron a los míos en nuestro primer beso; inevitable, como el cariño que te tengo o incontenible, como la lluvia siempre que nos vemos.
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