Pedacito de vida
Ciudad de México, 6 de noviembre de 2021
Querido Gael:
No sé en qué momento leerás esta carta o si escucharás las palabras que te dejé aquí en la voz de tu mamá. Tampoco sé si regresarás a estas letras en algún momento, espero que sí. Me parece un tanto sorprendente estar escribiendo para ti cuando ni siquiera has dado tu primera bocanada de aire o sentido el sol sobre la piel por primera vez…
Pensar en el mundo que estás por descubrir me resulta fascinante. No te voy a mentir, la situación es un poco complicada, pero tu llegada a nuestras vidas ha servido de inspiración para lo inimaginable, para lo imposible. Esa, considero, es la mejor muestra de que eres un bebé querido desde el día cero.
Aunque sé que con el tiempo te darás cuenta de lo que estoy a punto de decirte, no dejaré pasar la oportunidad de dejártelo por escrito, indeleble: Cuentas con el cariño y el apoyo de muchas personas. Tu madre lo sabe desde hace casi diez años (que ahorita podrían parecerte muchos), pero tú aterrizarás con la ventaja de tener esa certeza.
De todas las cosas preciosas en el mundo que podría desearte, la número uno de la lista es que encuentres a personas que te enriquezcan, que te hagan sentirte vivo a la menor provocación. No es que yo tenga todo el conocimiento del mundo entre las manos —ojalá—, pero sé de cierto que tener una villa llena de gente que te apapache el corazón hace todo más ligerito, liviano. Ojalá que siempre estés rodeado de quienes expandan tu alegría, hagan chiquita la tristeza y sean escudo frente al dolor. Ojalá que estés acompañado a cada paso.
Mi deseo número dos para ti es libertad, que sientas la confianza de poder elegir el camino que te plazca, que puedas abrir tus alas para sentir cada soplo del viento y que, cuando estés listo, puedas emprender el vuelo. Deseo que puedas cambiar de rumbo, que puedas diseñar tus propios mapas y que, si caes, nos encuentres con los brazos abiertos para atraparte.
Libertad para sentir sin reservas, para expresarte ante otras personas, para levantar la voz ante las injusticias. Libertad para saberte capaz de planear, de sumergirte en el mar más profundo, de habitar campos llenos de flores, de seguir sembrándolas y de superar el más frío de los inviernos. Libertad para que puedas pedir ayuda cuando la necesites.
Anhelo que, en la bitácora de tus días, siempre sean más los felices. Espero que las risas te inunden el cuerpo, que la alegría llegue como una ola constante a ti, para que te envuelvas en ella y que, si en algún momento baja la marea, sepas que habrá alguien tomando tu mano, dándote el espacio que necesites para recuperar el aliento y respirar tranquilo de nuevo.
Ya quiero enseñarte todo lo que sé y atestiguar las huellas que dejas sobre el suelo, las que has dejado en tu mamá (que es una de mis personas favoritas) desde que supo que llegarías y las que sé que dejarás en quienes creceremos contigo, por ti. Ya quiero poder contarte anécdotas y secretos en las noches que no puedas dormir, durante los años que compartamos juntes un pedacito de vida. Ya quiero conocerte.
Sé que estas letras serán las primeras de otras tantas que te dedicaré conforme pasen los años, mientras sigues enseñándonos el mundo desde tus ojos y caemos en cuenta de la existencia de jirafas con tres patas, de peces que vuelan, de astronautas que habitan los planetas más recónditos y desconocidos, de soles rosas, de plantas fosforescentes o de lo que sea que salga de tu caja de colores.
Nos vemos muy pronto.
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