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El mejor hermano del mundo

Para Adrián por darle título a este texto,

para todos aquellos que siguen ayudándole

a conocer el mundo y para todos aquellos a los

que nos falta aprender (más) sobre el autismo.


Los primeros años de su vida caminaba por toda la casa sin temor a lastimarse, subía y bajaba los escalones sin descanso y corría alrededor de la columna que está entre el comedor y la cocina sin marearse.


Hablaba de sí mismo en tercera persona siempre. Adrián tiene hambre. ¿Quién fue? Adrián, no. Papá, Adrián quiere jugo. Mamá, Adrián se cayó.


Y mamá corría para sorprenderse con su umbral del dolor. También corría a vigilarlo y se lo encontraba en la cuna, o en la cama, o en la alfombra; alimentando su imaginación con películas que todavía se sabe de memoria.


—No contestes mis preguntas con lo que dicen en Toy Story. Y Adrián cambiaba su respuesta por un diálogo de Tarzán, de Tierra de Osos o del Rey León y si ninguna de esas respuestas nos parecía, se iba.


Las texturas y los colores siempre han sido importantes hasta en la comida o en la ropa. No le gustaba comer nada que no fuera cereal con leche o sopa de fideo. Sólo usaba playeras blancas y ropa de algodón. Lloraba cuando mamá le ponía ropa de fiesta y era feliz si andaba por la casa en camiseta.


Nadaba tres días a la semana, pero no le bastaba y, sin que le importara mucho tener los zapatos puestos, se sumergía en el agua que se encontrara. Aprendió a leer y a escribir sólo para demostrarnos la existencia de animales que, según nosotros, no aparecerían. Aprendió cuatro idiomas sólo para saber cómo les decían en otras partes del mundo a sus especies favoritas.


Nos ha hecho crecer a todos. A mí me enseñó que "jugar", para él, era montar una exposición digna de un museo de arte contemporáneo sobre la sala.


Él también creció, aunque no fuera al ritmo que marcaba el sistema. Aprendió a jugar con reglas, a modular el tono de su voz, a tolerar el ruido en las fiestas, a bailar salsa como una estrella; aprendió a comer cosas nuevas, a probar otras tantas y a no romper las servilletas.


Ya no corre por la casa porque le queda pequeña. Hace maratones de sus películas favoritas y siempre encuentra combinaciones nuevas. No se le ha quitado la costumbre de memorizar todos los diálogos, pero ya contesta con frases suyas, con pocas palabras y oraciones directas. Se viste con toda la paleta de colores y, ahora, le dice "camisa" a la ropa de fiesta.


Fotografía por Vania Soriano. Todos los derechos reservados.



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