El hombre de las cuatro estaciones
Perseguido por la fotogenia cada noche que se encuentra con rostros desconocidos, va transmitiendo pasión detrás de mil acordes y amores escondidos.
Ha querido detener el tiempo tras innumerables conciertos, sin notar siquiera que logró hacerlo desde el primero de ellos, con el sonido más importante de todos: el sonido marcado por sus latidos, puntuado por su pie derecho.
Con sus dedos, rompe el viento regalándole, a cambio, armonía. El movimiento casi imperceptible de su pecho cada que se le llenan de poesía los suspiros y los pulmones de aire, hace posible esa voz acendrada que canta, aun cuando sólo habla. Esa voz, es la luz del faro que, como un náufrago cansado de vagar, se aferró a un salvavidas hasta que logró llegar a la orilla.
Lleva canas platinadas adornando sus rizos y su barba tupida, que le provoca cosquillas a cada mejilla que acaricia. Las curvas de sus cejas andan ajetreadas llenado de más expresión sus palabras. Sus ojos, que cambian de tonalidad dependiendo la luz del día o el color de su camisa; están siempre atentos, sin importar si están cerrados o abiertos; y la sombra rodeándolos es un explícito recuerdo de las pocas horas que pasa despierto. Completando su rostro está una alineada sonrisa, que vuelve a esos mismos ojos rendijas.
Este hombre trae las cuatro estaciones del año dentro: las Jacarandas de primavera, el vaivén de las olas y el calor de las playas en junio. Ha podido ser luna de octubre, así como un atardecer en invierno. Todo en el mismo momento.
Su rostro, ha empezado a llenarse de los tenues surcos que sus cuarenta y tantas vueltas al sol, inevitablemente, han dejado a su paso. Empapado de lloviznas de aplausos, cada mañana tiene un sabor diferente cuando la encierran sus labios, y va aprovechando cada instante junto al ave fénix de su hombro que, por poco, le arrebata el alma hace varios años.