Decirnos adiós

Quiero intentar decirnos adiós, en plural. Como cuando hablamos de lo que siente el otro y, de forma natural, asumimos como cosa de los dos. No nos gustan los chistes sobre ciertos temas, nos enoja el machismo normalizado, nos ponen tristes los animales sin casa y nos gusta hablar de madrugada.

Hicimos del nosotros algo literal y se convirtió en el pronombre que usamos para cobijar lo que fuimos juntos: todo.

¿Te acuerdas del juego que usábamos para describirnos? Tú sigues siendo el sonido del mar, el verde de la primavera y la palabra petricor. Yo... Tal vez me convertí en el sonido de la lluvia, el gris de un cielo nublado y la palabra melancolía. No sé, ¿qué opinas?*

Si fuéramos una enfermedad, ¿cuál seríamos? ¿En cuánto tiempo nos curaríamos? Últimamente he pensado que Sabines tenía una percepción muy rara del tiempo o no sabía de qué carajos hablaba realmente cuando escribió que querría nada más una semana a Chepita y que esperaba curarse en [tan solo] unos días.

No sé cuál sea nuestra medicina, pero, por lo pronto; trataré de volver cicatriz los recuerdos, decirle adiós al paisaje de tus ojos en los míos, a nuestros cuerpos amoldándose a todas las camas —sin importar el tamaño que tuvieran— y empezar a deshilar los colores que tus dedos les bordaron a mis venas.

Es agotador tratar de no sentirte, pretender que no te traigo en cada rincón. Mi cuerpo entero está exhausto de ser el epicentro constante de un seísmo que me colapsa los pulmones, que me derrumba las letras.

Quiero empezar a despedirnos porque creo que un año de tristeza es suficiente ofrenda, porque necesito una tregua. Así que hoy nos digo adiós. Nos dejo ir, aunque aquí se quede, [in]completo, el amor que nos tengo.

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*Que no soy ni gris ni melancolía, que soy una mezcla entre el azul y el verde, un campo de tulipanes anaranjados, atardecer de invierno y un amanecer con esencia de vainilla.