Tres noches y media
Te echo de menos, aunque te traigo en la mente, por lo menos, una vez al día. Y es que me dejaste una lista de personas a quienes no pude negarles la entrada. Llegaste con Las Tierras Arrasadas de Emiliano Monge entre las manos y ya no supe cómo detener lo que terminó aquí, en estas líneas.
Invitaste a Milena Busquets cuando, refugiándonos de la tormenta, me leíste el texto que escribió sobre la novela que corrí a comprar esa misma semana. Qué curioso, ¿no? Llegaste cuando la época de lluvias terminaba.
También me leíste las letras que le dedicó a tu cantante favorito, esas que hablan de quienes tenemos un hambre insaciable de trascendencia, de quienes queremos ser «la otra historia» y pensé en que, tal vez, yo podría ser eso para ti. ¿Qué tal? A veces no puedo con mi astucia ni con mi imprudencia.
Luego llegaron los trovadores que cantaban en el fondo sobre las tristezas que nunca se van o los amores fugaces, esos que sólo duran media noche o vida y media. Las melodías eran advertencia, pero decidimos no enfocarnos demasiado en ellas. En el espacio entre nosotros, poco a poco, se fueron acomodando Ismael Serrano, Diego Ojeda, Fito Páez, Edgar Oceransky y hasta Juan Luis Guerra.
Me hubiera gustado tatuarme tu voz, para poder guardar indelebles las palabras que me contaste en forma de cuento y escuchar antes de dormir tu risa breve, mientras me hablabas con incredulidad del grupo de músicos cubanos que no quiso tocar "Ojalá".
Todavía me derrito si te recuerdo escribiendo que viajar al sur es un poco tortuoso si no es conmigo o que no me quedo mucho tiempo antes de regresar por el mismo camino. Extraño la sensación de dejar mis huellas en tus sábanas, los grises de tu casa y que me espíes desde la ventana.
Te echo de menos como si te conociera de otras vidas, como si te conociera en serio, como si no me hubieras dado pistas en dosis pequeñas. Tengo una vaga idea de la forma en la que tienes ordenada tu biblioteca, sé que no sabes sobre elevadores, que odias las manchas, que tu vista siempre es clara y que tu espalda mide cuatro de mis palmas.
Me quedé con ganas de saber cuál es tu rutina los fines de semana y qué piensas antes del primer café de la mañana. Sin embargo, es un agasajo saber de tu existencia, aunque ya casi no te aparezcas.
¿Y si regresas?