El país que somos
A ti podría decirte
que para mí
cualquier lugar
es mi casa
si eres tú
quien abre
la puerta.
Elvira Sastre
Lo empezamos a construir desde la primera vez que se entrelazaron nuestros dedos. Tiene como himno nacional cualquier canción que podamos bailar a medio vestir, en la sala, en las plazas, descalzos y hasta en sueños.
La bandera está compuesta con todas las prendas que, alguna vez, hemos dejado en el suelo. Nuestro espacio aéreo llega hasta la primera estrella de la noche, bautizada como nuestro pedazo de universo.
Aquí, las guerras se terminan a puerta cerrada, piel con piel, en el paraíso que guardamos debajo de las sábanas. El viento que impulsa las velas de los barcos es nuestro aliento acompasado y lento, mientras esperamos que la mañana nos inunde las ventanas.
Las nubes casi se juntan con las olas. El invierno nos abraza de noche, las vacaciones de primavera son cada fin de semana, el verano llega antes del medio día y el otoño no ataca las palmeras ni tumba el morado de las jacarandas.
El mar tiene los azules de tus ojos. Cuando lloramos de amor se nos desbordan los ríos, se derriten las nubes y los charcos chiquitos que bordean las aceras se vuelven lagos. El tiempo pasa despacito. La marea es quien marca el ritmo.
Las islas son todas las camas en las que nos hicimos caber. Tendemos los miedos al sol, los volvemos hilos y, después, tejemos hamacas con ellos para escuchar a la brisa cantarnos un arrorró. No conocemos la palabra exilio.