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Arendy Ávalos

La hora del té

Para Meme


Esta carta estaba planeada para tu cumpleaños. Pondría las frases que llevan dándome vueltas los últimos días, las acomodaría de manera presentable y eso sería todo. Sin mayor complicación. Ilusa yo.


Aquí estoy. Escribiéndote el penúltimo día del penúltimo mes del año —el mes de tu cumpleaños y el mes en el que tuve que despedirme de ti—. Durante este tiempo he encontrado pretextos en cada rincón para no enfrentarme a la tinta ni a la hoja en blanco.


También pensé en escribir algo de esto el Día de Muertos, cuando anuncié en la comida familiar que pondría algo para ti en la ofrenda y se me hizo un nudo en la garganta que no pude contener.


Preparé el té que tomamos la última vez que entraste a la casa. El té de naranja con canela que te serví en una taza de Frozen porque era la más adecuada para tu tamaño. Serví la bebida, todavía humeante, en la misma taza (con la cara de Elsa impresa) y la dejé sobre el papel picado de colores. Suspiré.

La mañana siguiente pude observar, en las paredes blancas de la taza, que había casi tres milímetros menos de líquido. Cuando le pregunté a mi mamá por qué había pasado eso, me contestó segura: Monsti vino a tomarse su té.


Pienso en ti todos los días y, aunque es algo a lo que me he acostumbrado, no sé cómo decirte que te extraño, que me haces falta cada hora que pasa. ¿Te conté que ya tengo tazas especiales para el té? Siguen nuevas. No me atrevo a sacarlas de su caja si no es para compartirlas contigo.


Te confesaré algo. Me gusta pensar que estás conmigo todo el tiempo, que fuiste tú quien me salvó de chocar contra el muro de contención mal acomodado sobre Periférico. Quiero pensar que eres tú el que se roba el par de mis calcetines para después, con todos ellos, hacer un camino que me haga llegar a ti.


Sé que me acompañas cada que manejo mi coche, sin importar a dónde vaya. Sé que estás sobre mi hombro izquierdo, vigilando la cantidad de sal que le pongo a la comida para que quede perfecta, como te gustaba.


No he vuelto a oler el perfume que usabas y vivo con el miedo constante de olvidar tu olor. Ningún par de brazos ha podido envolverme como lo hacían los tuyos, enfundados en los suéteres de colores que nunca te pude robar.


Por cierto, no sé qué fue de la sudadera azul que me guardaste durante tantos años y la vida no dejó que me devolvieras. Ojalá que siga en tu clóset. Quiero pensar que era una forma de acompañarte, incluso durante los meses que dejamos de hablarnos, durante los meses en los que estuvo mi cumpleaños y la felicitación que no me diste, pero que compensaste después, llevándome por chocolate caliente en medio de la lluvia.


Estas letras son solo para decirte que no te olvido, para decirte que lograste lo que platicábamos siempre: que las personas te recordaran con cariño por lo que fuiste y no por todo lo que no pudiste ser. Te escribo para sentirte cerca, para suplicarte que te me aparezcas en sueños, para recordarte todo lo que sigo queriéndote y para decirte —así, sin más adornos que estas letras— que te extraño a todas horas. También a la hora del té.










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